sábado, 4 de septiembre de 2010

A la recherche de l´été perdu (o así)

Fotografía de Andrés Manuel Ñiguez
El final, del verano llegó, y tú partirás
Yo no sé, hasta cuando este amor, recordarás.
(Dúo Dinámico).

Queridos amigos:

Si os acordáis, iniciamos las vacaciones dejando una “entrada” titulada: “A la recherche du temps d´été” y casi sin darnos cuenta éstas se esfuman como por arte de magia. Sí, el verano se nos va, más no el de los recuerdos, aquel que evocamos con dulce melancolía.
Queremos despedir el verano lentamente, pues aún nos quedan días de estío. Y lo hacemos continuando con nuestra sección “A la recherche du temps passé”, con un relato de nuestro compañero Luís López que también habla del “été”.

Esperamos que este período vacacional os haya sido propicio, que haya sido un tiempo de alegría, de descanso, de reflexión, de renovación, de pilas cargadas, de buen humor, de salud, música y amor. Y si ha habido alguna contrariedad os deseamos que el tiempo la esculpa bien.
Un fuerte abrazo para todos…




A la recherche de l´été perdu (o así)

Nunca fui un tipo guapo. Ni un tipo feo. Por eso, a los catorce años, gustarle a una chica no era una cuestión de rutina ni un milagro. Era una posibilidad.
No sé a que edad el fluir del tiempo se normaliza y los días y las estaciones adquieren un ritmo constante. También pudiera ser que la memoria distorsione el tiempo, y la lejanía (que dibuja colores imposibles en los recuerdos) extienda y comprima los días al antojo de algún dios perezoso. Pero el verano no es lo que era (a veces sí, en instantes de noches perfumadas o de mañanas escandalosamente blancas). Aquel tiempo de proporciones eternas se llenaba de juegos en la infancia y de anhelos en la juventud. A los catorce años se despiertan los corazones dormidos y el territorio asombroso y deslumbrante (como ya no volverá a ser) del amor aparece, abismal, ante nosotros.

Yo no era feo (ni guapo), por eso asistía a las reuniones de la pandilla (en la playa, en la Glorieta, en la farola) como un espectador vagamente interesado (mentiroso) en aquellas chicas desconocidas, recién morenas, perfumadas y sonrientes. El mundo femenino era un viejo conocido, pero aquel era un mundo nuevo. Igual que el olor de algas, el sabor del pepino o del vino con casera, la música del baile Popular y del Casino formaba parte del telón de fondo de los veranos de Águilas. Por la noche la vida se concentraba en la calle que va desde la Glorieta al Puerto y a ambos lados de ésta acechaban los bailes con conjunto. Allí se desplegaba con acierto todo el catálogo de canciones de verano y los “clásicos de hoy y de siempre”. Nosotros íbamos al Popular y recuerdo mis primeras y vergonzantes contorsiones al ritmo de “Help” y “Carmen”. Ya durante la tarde y luego, en las canciones rápidas, merodeábamos, valorándo opciones con una y con otra. Siempre estaba la más guapa, que yo pensaba inaccesible, y las demás. El momento crucial llegaba con las lentas (¿Adieu jolie Candy?), había que afinar los reflejos para estar cerca de ella y luego que quisiera bailar contigo. ¡Qué torpes éramos!. Entre sueños y esperanzas se pasaba el mes. El penúltimo día ocurrió: ella, la que nunca pensamos, se acercó en un baile lento. Quizás fue rozarse las mejillas, quizás nos abrazamos. Pero algo desconcertante y secreto ocurrió. Compartiendo deseos tan frágiles, sintiéndose mirado “de esa manera” por primera vez. No recuerdo su nombre, apenas una melena oscura. Después de aquel verano no la volví a ver. Todo era tan liviano que no había lugar para promesas. Al día siguiente, el 31 de Agosto, dejamos atrás aquel verano a las orillas del mar.

Tiempo después alguien me contó que aquella chica acudió al lugar por donde yo me debía alejar y esperó para dar ese adiós sin despedida. Quizás no fuera cierto y quien me lo relató tan solo quería “tomarme el pelo”. ¡Pero qué mentira más hermosa!...


Luís López Sánchez.


PS: Les dejamos al Dúo Dinámico con su canción  Amor en verano, más conocida por "El final del verano"




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