domingo, 12 de diciembre de 2010

El amor posesivo



Queridos amigos:

Continuando con la temática de la psicopatología del amor, incluida en nuestra sección de "Apuntes Psicopatológicos", hoy nos ocuparemos del amor posesivo. Para ello y siguiendo nuestra costumbre inveterada de relacionar, música, literatura y patología y aderezarlas con una "pizca" de humor,  partimos, para nuestro propósito, de la consideración de una pieza musical que alude al referido tema: se trata de un bolero compuesto por D. Armando Manzanero, titulado "Mía".

Mía: “pronombre posesivo”, que denota "posesión" o pertenencia. Es decir afán de poseer, afán de dominar, de ser "absorbente" en la relación con el otro, en definitiva, afán de poder.

El origen de la pasión por el poder, se remonta, sin duda, al origen mismo de la humanidad. Las necesidades básicas que compartimos con el resto de la escala animal (el hambre, la sed, la necesidad de procreación), se amplían a otras de corte psicológico y social: competencia, afiliación, logro y poder.
Poder en sentido de "control", necesidad de controlar, manipular lo que nos rodea. Y esta necesidad de poder, se aplica también en el amor.

Encontramos las primeras alusiones al amor posesivo en la mitología greco-romana: Hera, siempre estaba enfadada porque no quería separarse ni un segundo de Zeus, y éste cansado de su actitud, comenzó a frecuentar la compañía de otras diosas o mujeres, lo que a la postre le reportó grandes quebraderos de cabeza (Hera pasó a ser una mujer o-diosa). 
El dios de los mares también era muy posesivo, no en vano su nombre "Poseidón".
El dios Saturno quería tanto a sus hijos, que al final acabó devorándolos, haciendo gala de la máxima: "Los quiero tanto que me los comería”.

De éstos y otros relatos mitológicos, se alimentaron las religiones y por ende la literatura universal. En nuestra literatura occidental, la mayoría de los poemas, piezas de teatro y novelas, tienen por asunto el amor como pasión central de los hombres y mujeres. Cada autor enriquece con sus observaciones la visión del amor. Tal vez el más prolífico en describir y diferenciar los distintos personajes amorosos sea Shakespeare (Julieta, Otelo, Ofelia, Marco Antonio, Rosalinda, Romeo…); al igual que Balzac que nos ofrece una impresionante tipología de enamorados.

No obstante, cuando hablamos del amor, en realidad nos estamos refiriendo al “amor romántico”, que todavía constituye el paradigma actual de las distintas concepciones amorosas.
Esta forma de amor, incluye alguna nota más o menos “desafinada” del amor posesivo, como es la "exclusividad". El deseo de exclusividad puede ser mero afán de posesión que demanda el enamorado respecto de la persona amada. (Ciertamente esta pasión fue analizada con especial sutileza por Marcel Proust).

Si analizamos el sentido de exclusividad: “te quiero sólo a ti”, constituye realmente una forma libre de elección amorosa: “te elijo sólo a ti”, y de alguna forma, esta elección libre y exclusiva, demanda también reciprocidad: “y tu me quieres sólo a mi y sólo me eliges a mi” (efectivamente, la nota desafinada, sin duda era el "Mi").

Hasta aquí, este sería el esquema que funciona en el amor romántico y perdura en la medida que los amantes participan gustosamente de esta relación. Sin embargo el paso del tiempo (ese gran escultor, que decía Marguerite Yourcenar) puede transformar este “equilibrio”, inclinando la balanza en claro “décalage”. Cuando uno de ellos decide que el otro debe aumentar esa dedicación de exclusividad, es decir, la de ofrecerse en “dedicación exclusiva”, lo que implica una entrega plena, una exigencia total sin contrapartidas y la total sumisión, es factible que la relación termine en la disolución y anulación del partenaire.

Esta forma de vinculación “exclusiva y excluyente”, ya claramente patológica, exige en muchos casos ser ejercida a través de los celos, como una producción natural del poder que los enamorados se conceden, tal es el deseo de dominar al otro. Los celos inundan y contaminan los sentidos del enamorado, incluso pueden avivar "delirios" que parasitan su pensamiento y su voluntad.

El poder se autoafirma en el poseedor a expensas del poseído y se agranda y magnifica, en la medida que el poseído se deja poseer más y más. La relación sadomasoquista  está servida y su lema rezaría así: "El poder es querer", o también, “Al querer por el poder”.

Joaquín Nieto Munuera.

PS. Queridos amigos, porque queremos y podemos, os dejamos este bolero que habla de amor y posesión… casi demoníaca (¿era demoniaco o amoniaco?... Pero esto es de otra historia. Amenazamos, no en vano, con la 2ª parte del amor posesivo… (¿Continuará?).




MÍA (Armando Manzanero. México, 1968)

Mía, aunque tú vayas por otro camino
y que jamás nos ayude el destino
nunca te olvides, sigues siendo mía.

Mía, aunque con otro contemples la noche
y de alegría, hagas un derroche
nunca te olvides, sigues siendo mía

Mía, porque jamás dejarás de nombrarme
y cuando duermas habrás, de soñarme
hasta tú misma dirás que eres mía

Mía, aunque te liguen mañana otros lazos
no habrá quien sepa llorar en tus brazos
nunca te olvides, sigues siendo mía.







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