sábado, 8 de enero de 2011

Abue


Cartera nueva, nuevos zapatos,
Y arregladitos con todo esmero
Van a la escuela estos dos gatos,
Que para todo, son los primeros.

(Recuerdo fragmentado de cuento infantil)

Queridos amigos:

Tras estas fiestas navideñas, volvemos a la mundanal existencia, a la rutina de los trabajos y los días...
Comenzamos trimestre nuevo y va a ser muy largo, de modo que, para no abandonar bruscamente los días de recuerdos y evocaciones infantiles, os dejamos con este relato de nuestro compañero Amadeo, que habla de tiempos pasados
Esperando que lo disfrutéis vaya por delante un fuerte abrazo.



ABUE


Anoche, después de cenar, nos fuimos a cazar grillos.

En el descampado que hay frente a la casa de verano tenemos de todo: ramas para hacer los arcos, cañas para las flechas, saltamontes y chicharras a la sombra del eucalipto y, por la noche, grillos.

Lo difícil es encontrar un cristal, pues, para quienes no lo sepan, es necesario en la caza del grillo.

El Tío Vicente nos ha ayudado toda la tarde a preparar la cacería. Primero hemos recogido tapones de corcho y panetas viejas en la playa, que con cuidado hemos cortado, a ruedas y en láminas rectas,…bueno las ha cortado él, y con alfileres y palillos de dientes hemos hecho las rejas de las jaulas. Pero se nos antojaban pequeñas. Si cazábamos un grillo grande allí no cabría, así que, como pasa con los gusanos de seda, hemos decidido todos los primos meter los grillos en una caja de zapatos.

Fue un día completo. Aventuras desde el mismo momento en que nos levantábamos de dormir.
EL Tío Antonio y el Tío Paco, ahora que se han ido los forasteros, habían tirado un volantín desde la roca de la playa con una sardina, y la dejaron toda la noche. Por la mañana sacaron un pez muy raro. Decían que era pez pero tenía más la forma de una serpiente. Nos dijeron que, aunque parecía muerto, no lo podíamos tocar porque se podía remover y arrancarnos un dedo con unos dientes como cuchillos. Ayer comimos arroz y morena, que hicieron las abuelitas, aunque yo sólo tengo una. De hecho es la que tengo. Mis primos tienen más, y un abuelo, pero él me deja que yo también le llame “abue”.

El “abue” Áureo es alto, muy alto, de pelo muy blanco y también lleva un traje blanco de cupularico(*); parece un forastero, pero no lo es porque es mi “abue”. Viene desde muy lejos, en barco, y nos ha traído un paquete enorme lleno de plátanos, todos juntos, verdes.

Después de desayunar nos fuimos a bañar a la playa, un poco más acá que de costumbre para no molestar a los hombres que estaban desmontando el balneario, ¡qué asco!. No se cómo a mi abuela le gusta bañarse allí,…lleno de verdín, oscuro y con mal olor.

El mar huele bien si no se le encierra. Él sólo, el mar, sabe entremezclar sus olores con sus sabores. Si cierras los ojos no sabes si saboreas la sal amembrillada, el color azul de las mañanas de septiembre, los yodos o el verde alga de los bancos del paseo. Pero dentro del balneario los colores parecen invernar, los olores pierden su alegría. Tan sólo la balconada que mira al mar se salva, blanca y brillante como el sol de ferragosto, algo desconchada por los suspiros de miradas no correspondidas tras los cómplices abanicos.

¡Casi se me olvida!: Cristina, la chica que cuida de mis primos, ¡por poco se ahoga!. Llevaba puesto el flotador, las gafas de bucear, el tubo, las aletas, el sombrero….y no sabemos cómo acabaron las piernas haciendo una uve fuera del agua, pero a ella no la veíamos. Es que, como es de Almansa, no sabe nadar.

Lo peor de ayer fue la siesta. Como siempre hacía calor y a los niños no nos dejaban movernos.

El Tío Vicente había estado nervioso todo el día, muy inquieto, sudando mucho y con tembleque en las manos. Prácticamente no comió: decía que le dolía la barriga. Pero en la tarde, mientras los demás dormían, se serenó mucho y cuando ya íbamos a merendar la sandía fresca que estaba en el aljibe nos enseñó un truco: unos nos asomábamos al pozo de aljibe de una casa y otros a la de otra, y nos veíamos, como si fueran televisiones redondas.

Y, por fin, llegó la noche. El Tío Vicente nos acompañaba con su bastón. Eligió una pequeña cueva en el suelo, la señaló con la punta del callado y puso allí el trozo de cristal de una ventana rota. Nos dijo que teníamos que escondernos poniéndonos detrás de la cueva. Poco a poco el grillo fue asomando, tímidamente. No entendía que aunque viera la Osa Mayor no podía salir, se empeñaba en empujar el trocito de cristal, y en ese momento la mano firme, segura, del Tío Vicente cogió el grillo. Lo metió rápidamente en una caja de cerillas, de esas de futbolistas, y nosotros queríamos verlo, oírlo, tocarlo (¡uf, que tiricia!), que no se lo guardara para él solo, como El Cartero Malo. Pero el Tío Vicente sonreía, balbuceaba un no de boca pequeña para hacernos rabiar y soñar con el ansiado grillo. Cuando tuvimos tres o cuatro los metimos en la caja de zapatos que teníamos reservada para los gusanos de seda y llegamos a casa como los héroes que nos sentíamos. No eran los cocodrilos de Tarzán, ni los dragones de Ivanhoe, pero habíamos casi llegado a las Cuevas del Rey Salomón.

Esa noche dormimos con el salacot imaginario de la luna sobre nuestras cabezas, atravesando una de las dos ventanas con reja que tenía nuestra casa de verano, de final de verano, sin forasteros y con mi “abue”.

Amadeo Valoria Martínez.


* Cupularico: Tela que se manufacturaba en las antiguas sedicícolas, o sederías, de la zona de la vega del Segura, de color blanco característico, y que era resultante de la mezcla de hilos de algodón y de seda, con lo que la tela tenía “caída” per se y al lavarla se colgaba sin quitarle el agua, para que el propio peso la dejara “casi” planchada. Se pueden ver esos trajes en las fotos de nuestros abuelos, de verano, y también en algunas películas como Los últimos de Filipinas, u otras ambientadas en antiguas colonias de ultramar. Eran trajes sin forro, muy frescos, especiales para el verano.

Me alegra saber que el guiño al El Cartero Malo es compartido. Buen lector.






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