Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.
Marcel Proust. A la Recherche du Temps Perdu.
Queridos amigos:
Continuamos hoy con nuestra sección de relatos “A la recherche du temps passé”.
Sin embargo y en honor a la verdad, esta entrada es la primera en orden temporal y la que precede a las demás, de modo que en realidad, las antecedentes constituyen, como no podía ser de otra forma, un plagio a ésta, al menos en cuanto a la ocurrencia del título (à la recherche...).
Sin embargo y en honor a la verdad, esta entrada es la primera en orden temporal y la que precede a las demás, de modo que en realidad, las antecedentes constituyen, como no podía ser de otra forma, un plagio a ésta, al menos en cuanto a la ocurrencia del título (à la recherche...).
En fin, que la idea se le ocurrió a nuestro compañero Julián, e inmediatamente pusimos en marcha la maquinaria, que sigue consecuentemente a la envidia y con el pretexto de que debería retocar un poco el relato, tu ya sabes... etc., pues eso, que publicamos tres "recherches" como tres soles... (lo decimos por el sofoco que ahora nos produce). Y como han tenido tan buena acogida de público y crítica (si no cuantitativa, sí al menos cualitativa), ahora y sin temor a equivocarnos, es el momento de presentar la original: A la recherche de l´Orange Crush, de Julián Oñate.
¡Con burbujas!
¡Con burbujas!
A la recherche de l´Orange Crush
Los olores, los sabores, es cierto que permanecen en la memoria más allá de los recuerdos. Lo explicaba Marcel Proust en su búsqueda del tiempo perdido (la niñez, siempre la niñez…), a propósito del sabor de una magdalena mojada en té, según cuenta mi amigo Luis, que se ha leído a Proust y todo lo escrito desde que se inventó el pergamino.
Hay dos recuerdos que van unidos al de mi padre, el del olor de la colonia Añeja con la que humedecía su pañuelo y el del sabor del Orange Crush que tomaba con él en la cantina del estadio La Condomina durante el descanso de los partidos dominicales del Real Murcia.
El primer recuerdo, el de la colonia, no se corresponde con ningún momento concreto. Era su olor de siempre, el de todos los días; y lo que me evoca es su persona, su presencia tan poderosa. Aunque estuviera durmiendo la siesta, mi padre se hacía notar.
A cierta indeterminada edad comencé a imitar su costumbre y también yo, vertía unas gotas de Añeja en mi pañuelo de algodón (no había Kleenex entonces). Sobre todo los domingos, mañanas de misa y billares, de Capitán Trueno y empanadilla frita, cuando tenía un duro en el bolsillo del pantalón de paño gris con rayitas (el de los domingos), hecho a medida en la sastrería de Don Pedro Sanz.
No es casualidad que la tela del pantalón fuera igual a la del traje de mi padre, D. Pedro podía coser unos pantalones de niño con los retales de un traje y hasta la carpa de un circo si se lo proponía. Eso decía mi padre.
Esa costumbre, la de la colonia, me hacía sentir mayor, me daba seguridad y supongo, era también un amago de identificación con la figura paterna, aunque entonces yo no lo sabía, porque aún no era psiquiatra.
El botellín de Orange Crush (se decía “orange”, no “oransh”) constituía la culminación de un rito. ¿Me da la chapa por favor? La Guardaba en el bolsillo y luego lo bebía en la botella a pequeños sorbos, mientras mi padre tomaba un carajillo y paladeaba su “Ducados” pensando en Dios sabe qué.
Para mí suponía una especie de privilegio de hombres con el que mi padre me distinguía de mis hermanas, que, por supuesto, no iban al fútbol.
El rito comenzaba al mismo salir de casa, bien peinados los dos con fijador Patrico (un mejunje que convertía tu pelo en un casco de romano), la raya bien perfilada, a la izquierda.
Luego nos íbamos integrando con la muchedumbre camino del campo, impregnándonos de olor a Farias, recogiendo parientes y amigos en los sitios de costumbre y oyendo sus conversaciones de adultos. A veces, atreviéndome con un breve comentario (… si juega Maraver, podemos estar tranquilos…), que provocaba sonrisas cómplices entre ellos, más por el “podemos” con el que “el moco” pretendía integrarse, que por el comentario en sí.
Son recuerdos más o menos vagos, pero el que permanece nítido es el del sabor del Orange, tan distinto de otros posteriores como el de la Mirinda o el de la Fanta. Con más sabor a naranja y con menos azúcar. Y con posos, señal inequívoca de que era “natural”, según decía el camarero.
Y el recuerdo del sabor, te lleva al de la botella, al de la barra de la cantina… y ya se te aparece la escena completa, en tres dimensiones (como en las películas de ahora pero con tus gafas de siempre).
Y veo con claridad a mi padre, con sombrero y abrigo (los días de lluvia con gabardina y “chanclos” para no estropear los zapatos).
Los niños no necesitábamos chanclos, los zapatos Gorila eran absolutamente indestructibles y además traían en la caja una pelota de goma de bote irregular que constituía un juguete de lujo.
Yo miraba a mi padre desde abajo y me parecía una figura imponente. Y luego con un guiño:
- Venga, acábate el orange, que va a empezar la segunda parte y aún tenemos que hacer pipí.
- ¿Tú crees que ganaremos, papá?
- ¡Seguro! va a ser gol de cabeza de Ilundain a centro de Juan Antonio.
Y yo lo creía como si se hubiera abierto el cielo y lo hubiera dicho el mismo Dios, el de la barba blanca, por supuesto; el Padre, el que nunca se equivoca.
Julián Oñate Gómez. Marzo 2010
Apéndice de imágenes recherchées:
Este es el botellín que yo recuerdo, el de los 60. Después ha habido otros, que me son extraños.
Agua de colonia Añeja, de Gal. Ésta no ha cambiado nada.
Ya no se encuentra en las perfumerías. ¡Sniff…!
Nos anos 50 este era o mellor aliado dos conquistadores, non usalo era un gran hándicap, as mozas estaban afeitas ver aos actores de cine con eses peiteados, e todas querían lucir no paseo ao mellor acompañante.
Reproducido del blog “Ourense no tempo. Imaxes. Sembranzas”. Autor: R. A. Salgado
Nota personal: Sí apelmazaba el cabello, ¡y cómo…!
Siempre le tuve envidia por su novia, la princesa Sigrid, impresionante “Top Model” de la época.
Reproducido del Blog “70S. El quiosquero del Antifaz”. Autor: Sergi Cámara
Nota personal: La de los “60S” era más “primitiva”, dos mitades huecas pegadas, con el consiguiente reborde que le proporcionaba su peculiar “bote irregular”.
Post-scriptum: Los olores, los sabores, no son reproducibles, son una parte de la memoria, personal e intransferible. Quizás eso es lo que los hace tan especiales, tan perdurables.